martes, 27 de noviembre de 2012

Miedo

Miedo.
El miedo es el puñal que se me clava por la espalda, justo en el centro atravesando mis costillas, perforando mi espina dorsal y la boca da mi estómago. De nuevo está aquí, amenazando con no dejarme escapar de sus garras, diciéndome una y otra vez que nada podrá salir como yo esperaba.
Es ese monstruo bajo la cama, que a media noche te coge y te traga. Que acosa cada rincón de tu casa con sus sombras y te acobarda cual depredador infame, esperando por su presa, babeante y deseoso. Y cuesta de combatir. Cuesta decirle que no. Cerrarle las puertas en la cara y despedirlo con un adiós. Echarlo a la calle a patadas, gritarle al viento que ya no sientes nada y que no te importa cada desgarre y puñalada, que ya te curaste con saliva las heridas del corazón y que no te importa que lo vuelvan a desgarrar, porque el miedo no te agobia, no te tiene atrapada.
Pero sabes que está en un rincón, agazapado esperando por volver y subyugarte. Que adora tenerte entre sus brazos y jugar contigo cual marioneta sin vida ni sentimientos, haciéndote nuevas heridas cada vez más profundas y difíciles de curar.
Entonces te aferras, te aferras a algo, a alguien. Para mi fue alguien. Es alguien. Y aunque es mucho más difícil y doloroso, sé que está ahí, a mi lado, y confío en él. El miedo sigue estando a mi alrededor, pero sé que cuando estoy a su lado, todo se vuelve más claro y las sombras se disipan, dejándome ver el espectáculo de luces reflejadas en sus ojos, la suavidad de la textura de sus labios, y la exquisitez del sabor de su boca. Te coges a él con fuerza, y esperas no separarte nunca, porque sabes que tus heridas se curan despacio, y necesitan de su cariño. Un día tras otro, el miedo queda alejado, dejando ya tan solo el recuerdo de algo pasado, doloroso, pero del que aprendes. Aprendes que de todo se escapa, si tienes un apoyo, y algo junto a ti.

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