sábado, 27 de octubre de 2012

La melodía de los recuerdos.

Hoy dejé que la música sonara sola, y salió aquella canción. Esa que sacaba la sonrisa a mis labios, recordándote. Volvieron de nuevo los buenos recuerdos a mi mente, convirtiéndose en amargos. La sonrisa se convirtió en una lágrima que resbaló por mi mejilla hasta el infinito abismo de mi soledad. No recuerdo si escuché el final, o directamente cambié la canción medio inconsciente. Pero tus recuerdos se esfumaron igual que el viento arrastra a las nubes tormentosas; lentamente, dejando siempre el rastro de la lluvia por allá donde pasan. Y allí estaban tus heridas de nuevo, volviéndose a abrir poco a poco. Pero no dejé que se abriera la carne bajo el peso de tus falsas promesas. De nuevo, esa coraza de hierro se arremolinó a mi alrededor, protegiéndome de el dolor de tus besos, de las agujas de tus palabras.

jueves, 25 de octubre de 2012

Alma de resaca.

Soy la mota de polvo que brilla a luz de un nuevo amanecer tras la ventana.
Soy ese silencio en la sala de espera que perfora tus oídos.
Soy la gota que se cuela entre tu ropa hasta rozar tu piel un día de lluvia.
Soy el viento que silba en la calle una noche de invierno.
Soy esa persona que te sonríe al pasar.
Soy ese charco que moja tus pies después de una tormenta.
Soy la hoja que cae del árbol en otoño.
Soy el pájaro que cruza volando frente a tu ventana.
Soy la música que te acompaña cuando estás triste, y cuando estás contento.
Soy esa sombra en la oscuridad de tu habitación, que te arropa antes de dormir. 
Soy el olor a lluvia.
Soy el olor a tierra.
Soy el amanecer nublado y el soleado. 
Soy el humo de una vela al apagarse, y el de un cigarro encendido.
Soy los ojos que te miran con angustia, como dos pozos negros.
Soy tu tristeza, tu alegría y tu indiferencia.
Soy el ritmo de tu corazón acompasado al de tus pasos al caminar.
Y es que no te das cuenta de la sonrisa triste que aparece en tus labios al escuchar el principio de esa canción en el reproductor de tu móvil, que rápidamente cambias.
No te das cuenta de lo bonitos que se ven tus ojos cuando un rayo de sol se posa en tu cara, antes de que te pongas la capucha para espantarlo.
No te das cuenta, de esa manía tuya de jugar con el hilo de tu camiseta, o con las mangas de tu chaqueta, cuando quieres distraerte. No te das cuenta de las bolsas de tus ojos o de tu andar cansado. Que tu alegría se ha agotado de tanto usarla, y ahora solo te queda la resaca del día después. Una resaca permanente, pesada y negra que se cierne sobre ti, que te hace ver lo que antes no veías.