Me desquician las personas, el cacareo,
la ineptitud. Me desquicia el constante repiqueteo de las palabras
sin sentido, y el no saber ser de verdad un amigo. Me pone de los
nervios su entusiasmo por la vida, sus ganas de vivir con ataduras, y
esa cara tan dura de la gente que vive a costa de los demás. Me
enervan las miradas por encima del hombro, la mano que tira la piedra
y el que te pone la pierna para hacerte caer. Odio a los que se ríen
de las desgracias ajenas, no teniendo el mismo humor para las suyas.
Y a veces me gustaría limpiar el mundo, pero yo me iría también
por el embudo, pues no soy quién para juzgar lo que es inmundo en
esta sociedad de desperdicios.
martes, 22 de octubre de 2013
Desquiciante
Etiquetas:
enfado,
enojo,
poema sin rima,
spleen


Se le fue por piernas la mentira.
Se quedó sin sangre la pasión.
Se cerraron las salidas.
Ahora, sólo queda, decir adiós a la razón.
Puede que no fuera más que el tiempo,
que los suspiros entre palabras
y los sueños entre almohadas.
Puede, que no fuera otro momento que el perdido
que el que ya no está
y que el que nunca estuvo.
Y mientras a mis espaldas los susurros se acentúan,
se hace más pequeña mi coraza.
Se quedan sin oxígeno mis berridos,
sonando a llantos ahogados,
entre los cuchillos de tus dientes
y las palmas de tus manos.
Adiós al sueño dulce,
a la palabra maldita,
a las azules miradas...
Decir adiós no es tan difícil
si no piensas en todo lo que dejas atrás.
Irse sin girar la mirada,
dejando vivir a la dulce Eurídice,
pero sabiendo
que jamás volverás a verla
tal y como era antes.
Se quedó sin sangre la pasión.
Se cerraron las salidas.
Ahora, sólo queda, decir adiós a la razón.
Puede que no fuera más que el tiempo,
que los suspiros entre palabras
y los sueños entre almohadas.
Puede, que no fuera otro momento que el perdido
que el que ya no está
y que el que nunca estuvo.
Y mientras a mis espaldas los susurros se acentúan,
se hace más pequeña mi coraza.
Se quedan sin oxígeno mis berridos,
sonando a llantos ahogados,
entre los cuchillos de tus dientes
y las palmas de tus manos.
Adiós al sueño dulce,
a la palabra maldita,
a las azules miradas...
Decir adiós no es tan difícil
si no piensas en todo lo que dejas atrás.
Irse sin girar la mirada,
dejando vivir a la dulce Eurídice,
pero sabiendo
que jamás volverás a verla
tal y como era antes.
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